jueves, 22 de julio de 2010

A ti mujer,… chelera



Fue la casualidad o el destino quien le llevo a un lugar llano, surcado por un río, donde en su ribera destellaban casas cuan dentadura desvencijada; en una de ellas descubrió que era venta y posada. Aquella persona de gallarda figura y robusta complexión consideró que dicho lugar era de retiro y asueto, donde podía desarrollas sus otros menesteres, aprovechando que no muy lejos de allí florecía un inesperado oasis que le ofrecía el sosiego de alma, clarividencia de letras y en verano refrescantes baños que sin saber porque, esa mano de manco encontraba mejoría.
Allí cogió aposento, lejos de las algarabías, donde una mujer mesonera, de volumen deseable, robusta en las formas y de mangas en remango, consagrada a su trabajo y nada melindrosa “espachaba” a nobles y caballeros, villanos y bandoleros, donde todos tocaron suerte, mas ninguno la obtuvo en suerte.
Siempre estuvo tapado con capa y un sombrero. Su lugar, en un rincón bajo el rayo de un sol certero. Sus noches, siempre bajo la luz de del candil que mezclaba aceite y torcía. Una silla y una mesa, la primera desvencija y la segunda coja. Ambas dos y el tres, parecieron siempre ser el acompasamiento perfecto, en el que entre papeles, pergaminos, escritos emborronaos, otros a medio escribir y los más ya numeraos, trazaba la aventuras más sorprendentes que nunca jamás fueran contadas.
Cuantas noches miro sus formas, cuantas veces trato de descifrar su mirada, interpretar sus roces o entender el significado de su prestanza a animarle a seguir tan aventuroso libro. Ella entre idas y venidas, acercaba jarras de vinos de la tierra con aroma de azafrán, sonreía y se agitaba pero a todos sujetaba. Pan caliente, lechones, liebres, conejos y todo tipo de volandería hacían las delicias de sus comensales, sin olvidar en su época el exquisito breve de tenca y arrope en sus postres.
Cuantos de aquellos visitantes de extensas jornadas doloridas, recibieron ungüentos en sus pies y gratificantes friegas de aceites en los músculos. Fue tal su fama, fue tal su buen menester que todos los que cerca pasaban allí se aproximaban.
Retos, duelos, apuestas y deseos. Nadie quiso ver en aquella mujer, versada en el duro vivir cotidiano, una mujer hecha y derecha, donde el trabajo y la lucha fue su diario.
Fue el aroma de su perfume, sus miradas, sus cabellos y gestos que, aun siguiendo cumpliendo en sus quehaceres, fue objeto de disputas, de bulos y blasfemias en aquellos otros lugares. Lugares donde la ponzoña por el no fornicio conseguido, calumniaron en barragana y pendenciera aquella mujer mesonera por el tributo no conseguido.
El escribió el deseo de todo aquel que por aquella posada pasó: “su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas; que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve; y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sola la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas” (Don Quijote de La Mancha. Capítulo XIII)
Uno y otra abstuvieron fama reconocida y por ser lugar más de motes que de nombre uno fue nombrado por “Manco de Lepanto” y la otra “La Chela”. Ambos fuertes y valientes, curtidos en mil desdichas que les han hecho saber que el corazón no manda en su vida, por ello, él, nunca quiso poner el nombre del lugar en aquel libro que fama inimaginable se alzó “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordar”. Ella, mujer fuerte y valiente, mujer trabajadora, mujer luchadora, no le preocupó aquellas maledicencias, y por encima de las calumnias y humillaciones, extendió a sus generaciones aquel casta de genio y figura.
En aquel tiempo, el mesón era la parte, donde hoy su mesonera es el Todo. El mesón y las cuatro casas de aquel entonces, hoy extiende un gran pueblo: Villafranca de los Caballeros, de cuyo nombre se dice La Chela y a sus mujeres Cheleras, siendo sus mujeres fuertes porque fuertes son sus raíces.
Sirva esto que escribo, ficticio o real, mezcla de la realidad o la fantasía; lo que no deja dudas es que aquella mujer que se dice CHELERA, es una mujer fuerte, trabajadora, luchadora y donde sus lágrimas son el comienzo donde otros abandonan. Este año 54 mujeres en Villafranca de los Caballeros cumplen 50 años, ellas hoy son el claro ejemplo de aquellas que se han hecho a sí mismas, han sabido romper barreras sociales, la ley que les ha regido ha sido la honradez, la humildad y el trabajo. No les ha asustado la dureza del campo y la casa. Han superado los obstáculos de la propia vida y las miradas por su vivaz desenvoltura, todas ellas son ejemplo de superación, hayan estudiado o no, da igual, hoy son buenas mujeres, madres, amantes, trabajadoras,.. cheleras. Y sus cincuenta cumpleaños bien merecen una sonrisa y una celebración.

2 comentarios:

Tretitajarba dijo...

"Panconchocolate", esto está total.

palomitacagney dijo...

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